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El cesto de tesoros: Nutriendo el cerebro del bebé

Desde el momento en el que el bebé es capaz de sentarse, y antes de que comience a gatear, el cesto de tesoros es una herramienta excelente para fomentar el juego y el aprendizaje de nuestro pequeño. Durante los primeros meses de vida el cerebro del niño crece muy deprisa gracias al flujo incesante de información que le llega a través de los cinco sentidos. La coordinación de los ojos, las manos y la boca evoluciona a gran velocidad, al tiempo que adquiere mayor autonomía con todo su cuerpo.

 

Ahora que el bebé es capaz de recibir información, relacionarla y hacer uso de ella, necesita por tanto objetos que despierten su interés y estimulen sus sentidos. Dos son los aspectos que debemos tener en cuenta a la hora de configurar el cesto de tesoros.

 

En primer lugar, intentaremos que los objetos que pongamos al alcance del bebé estén elaborados a partir de materiales naturales para asegurar que la experiencia sensorial sea aún más enriquecedora.

 

En segundo lugar, debemos atender al comportamiento del adulto a cargo del cuidado del pequeño. En este sentido, es importante que procuremos mostrar una actitud de tranquilidad y aceptación, sin intervenir, respetando los tiempos de juego del bebé. No debemos animar al niño a que coja el material; lo hará por sí solo si le brindamos la oportunidad.

 

Observar, sujetar, lamer, agitar, golpear, hacer rodar, apilar e insertar, son todas actividades que el pequeño podrá empezar a poner en práctica con los objetos que hayamos dispuesto en el cesto de tesoros; materiales –todos ellos– que favorecerán el desarrollo de la mano, el órgano motor ligado a la inteligencia, a través de la prensión, fortaleciendo de esta manera la musculatura del brazo, antebrazo, muñeca y dedos.

 

Nuestro cometido no es otro que el de asegurar que los objetos del cesto de tesoros estén limpios y se repongan con regularidad. Y es que un cesto de tesoros bien aprovisionado debe cambiar y evolucionar constantemente.

 

Ideas para elaborar el cesto de tesoros

El cesto de tesoros puede estar compuesto de objetos del entorno casero y es que todos los que somos papás/mamás, sabemos la atracción especial que sienten los niños por elementos para ellos tan fascinantes como son las llaves de casa, las cajas de zapatos, los peines y cepillos o los utensilios de cocina… Así, un cesto de tesoros bien abastecido le ofrece al bebé todo un universo de posibilidades de exploración, entretenimiento, juego y aprendizaje.

 

El objetivo es satisfacer la curiosidad del pequeño a través de los cinco sentidos; el tacto, con la textura, la forma y el peso de los objetos. El olfato, con variedad de olores; el gusto, con una muestra limitada de sabores; el sonido, a través de un timbre, un tintineo, elementos que permitan golpes secos o crujidos; y la vista, mediante el color, la forma o el brillo.

 

¿Con qué objetos podemos aprovisionar el cesto de tesoros del bebé?

Desde objetos naturales como piedras, conchas, piñas, calabazas o castañas grandes secas, hasta plumas, huesos de aguacate, nueces, una manzana o un limón. Entre los elementos elaborados a través de materiales naturales que podemos incorporar al cesto de tesoros, encontramos por ejemplo un calzador de hueso, cepillos y brochas de madera.

 

Luego, podemos incorporar también objetos de metal, cuero, madera, tela, caucho, piel, cartón o papel. Algunos ejemplos: silbatos de bambú, castañuelas, tambores pequeños, carretes de madera, cucharas, botes pequeños, llaveros, hueveras, palas, coladores de té, pelotas, pequeñas cajas de cartón, encajables, sonajeros naturales, rollos de papel…

 

Detrás de la aparente sencillez del cesto de tesoros, se esconde una enorme riqueza para el desarrollo intelectual y sensorial del niño, un elemento de juego que conjuga descubrimiento, concentración, toma de decisiones, atención, curiosidad y conocimiento del ambiente que le rodea. El alimento perfecto para el cerebro del bebé.

 

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